Las Colonias Vacacionales de El Quisco: el mar, la infancia y la memoria de Curacaví
En una época sin celulares ni internet, había algo que lo movía todo: las ganas de compartir. Un tiempo en que los veranos se vivían con mochila al hombro, cantos al atardecer y sueños bajo carpas de lona. Así nacieron las Colonias Vacacionales de El Quisco, impulsadas por la parroquia Nuestra Señora del Carmen y guiadas por una convicción hermosa: que los niños de Curacaví conocieran el mar.
Todo comenzó a fines de los años 50 con el padre Larraín, quien reunió a un grupo de jóvenes dispuestos a adentrarse en una aventura inolvidable. Más tarde, el padre Benjamín Ulloa siguió la misión, liderando con cariño, firmeza y un compromiso que marcó a toda una generación.
Cada colonia reunía a unas 120 personas: niños, monitores, adultos que cocinaban, cuidaban y hacían posible esos veranos entrañables. Porque no se trataba solo de llevarlos a la playa: era enseñarles valores, acompañarlos, darles una experiencia de comunidad. En esos días de sol y viento costero se aprendía lo que no enseñan los libros: la solidaridad, el respeto y la empatía.
Recuerdos inolvidables de las Colonias de El Quisco
Muchos recuerdan todavía el olor a pan amasado, las filas para la comida, las canciones que sonaban al atardecer y los juegos que terminaban con risas bajo las estrellas. Y también, cómo no, el momento en que todos entonaban con orgullo el himno de las colonias, una letra que parecía contener todo ese espíritu colectivo: “Entonemos un solemne que refleje el alma juvenil, que despierte con la armonía del reflejo de nuestra juventud. Brinca de gozo, el cielo y el río, pasa a nuestros pies un mar de alegría, pasa la juventud cantando a la vida, símbolo de salud, trabajo y plenitud.”
Quienes estuvieron ahí saben que no fueron solo vacaciones: fueron lecciones de vida. Y hoy, al ver esta foto del recuerdo, volvemos por un instante a ese Curacaví más inocente, más unido. Nos vemos niños otra vez, descalzos, felices, sin más equipaje que una toalla y un corazón dispuesto a aprender.
Las Colonias Vacacionales de El Quisco no fueron solo una tradición: fueron una forma de amar a la infancia, de construir comunidad. Y aunque el tiempo haya pasado, hay cosas que no se olvidan. Porque donde hubo tanto sol, tanto mar y tanta entrega… siempre se vuelve.
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