Mes de la Fotografía: un viaje a 1994, el año en que un estudiante de Curacaví revolucionó la fotografía y dejó un registro único de su generación
En el Mes de la Fotografía, queremos detenernos a rescatar una historia que habla de creatividad, esfuerzo y orgullo por nuestra comuna. En 1994, un estudiante del liceo de Curacaví llamado Francisco Leyton decidió que no bastaba con mirar el mundo a través de una cámara: quería construir la suya propia, con sus manos y muchas ganas de aprender.
Lo que comenzó con materiales sencillos —un tarro de leche, un lente prestado y un cajón de madera armado a mano— se transformó en un proyecto apasionado que capturó momentos y rostros que hoy forman parte de la memoria colectiva de su generación.
“Tercero medio fue un año muy prolífico para mí en cuanto a inventos. Todo lo que podía construir, lo construía. A mí me decían que no se podía hacer y yo era porfiado: lo hacía y funcionaba”, recuerda Francisco.
Tras comprar los productos químicos en Santiago, improvisó un laboratorio en el baño de su casa para revelar las fotografías, usando una ampolleta roja comprada en la ferretería que no era la ideal, pero le sirvió para proteger el papel fotográfico.
El querido fotógrafo Jaime Cabrera fue su inspiración
Su inspiración por la fotografía venía de la infancia, cuando a los siete años visitó el laboratorio de Jaime Cabrera, uno de los fotógrafos más destacados y queridos de Curacaví, cuya influencia marcó su pasión y creatividad. “Vi cómo una imagen salía de la nada, oscureciéndose y apareciendo así como fantasma… eso me marcó y dije: ‘algún día tengo que hacerlo’”, cuenta.
En solo dos semanas fabricó su propia cámara, midiendo cuidadosamente cada detalle para que funcionara. La novedad causó sensación en el liceo: los compañeros posaban para las fotos con entusiasmo y la demanda fue tal que en broma comenzó a cobrar 100 pesos, que sus amigos pagaban de inmediato.
“Los chiquillos vibraban tanto como yo. Eran buenos para bromear porque yo les decía que se pusieran serios y todos se ponían a reír. Había una sola oportunidad para tomar la foto, sino había que repetir al día siguiente, y a veces amanecía nublado o alguien no podía venir”, recuerda con cariño.
Durante meses reveló él mismo las imágenes en papel cortado a mano, aprendiendo a calcular tiempos de exposición y revelado con paciencia y ensayo.
La fotografía no se olvida
Aunque luego dejó la fotografía para dedicarse a otros intereses, conserva la cámara y esos recuerdos como símbolos de una etapa llena de creatividad y pasión.
“Cada vez que veo una foto, me acuerdo exactamente del momento en que la tomé, la sensación de los chiquillos… sentí que ellos eran como mis ayudantes de los experimentos y los profesores nos potenciaban porque sabían que estábamos aprendiendo”, dice con emoción.
Rescatar estas imágenes y relatos es recuperar nuestra identidad y fortalecer el sentido de pertenencia, recordándonos que en Curacaví siempre hubo jóvenes capaces de soñar, crear y dejar huella.
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